lunes, septiembre 18, 2006

13 bolsas

Este es un pequeño cuento que escribí hace unos 3 o 4 años. Hay detalles que no acaban de convencerme, pero hace un rato lo leí y me entretuve. No me acordaba mucho de él y sentí como si el que lo escribió fuese otro. Es raro cuando pasa eso.
Se limpió la frente llena de transpiración fría con el chaleco azul. Pero, lo único que logró fue pegotearla con la sangre que destilaba de toda su ropa. El miedo lo invadía todo: el piso de concreto, las murallas pintadas
con cal, incluso el cielo lleno de nubes negras, a punto de largarse a llover.
Ya no pensaba más, ya no quería escuchar los gritos, las súplicas que decían que ya nunca más lo volvería a hacer. Ahora sólo estaba concentrado en su oscuro trabajo y no quedaban fuerzas para pedir perdón. La sierra desgarraba la carne y los músculos. La sangre se esparcía por el cemento y éste hacía gorgoritos mientras la succionaba gustoso. Recordaba una disectación que tuvo que hacer en el liceo una vez, cuando tenía quince años: el conejo y su cara inocente, el cloroformo, los pelos plomos pegoteados de rojo, el bisturí y la cara de asco de sus compañeras. Ahora era lo mismo, sólo que el conejo era la mujer que más amó en el mundo, la que le robó el corazón y que lo volvió loco de dolor cuando lo abandonó.
A medida que cortaba piel, carne y grasa, iba amontonando los trozos sobre las páginas sueltas de un diario. No había nadie más, sólo el gato amarillo de su madre lo miraba y trataba de robar un pedazo de su amada. Empezó a llorar otra vez, la pena se confundía con la desesperación, se transformaba en rabia y la sierra se enterraba más y más en su propio corazón. Trataba de recordar, de ordenar las imágenes, de establecer un orden que explicara cómo llegó a suceder lo que sucedió. Pero no podía.
Ahora, daba lo mismo.
Ahora, no importaba si era verdad todo lo que le dijeron de Jimena: que tenía un amante, que lo iba a dejar en cualquier momento, que nunca le interesó de verdad, que nunca lo amó.
Ahora nadie querría escuchar que él nunca lo creyó, que sabía que sus besos y sus caricias no podrían haber sido falsas, que si no lo hubiesen molestado tanto y de forma tan cruel él nunca la hubiese tocado de esa forma… Ahora, había que esconder todo, limpiar los rastros, borrar sus huellas y hacer que el cuerpo de Jimena desapareciera del mundo.
Cuando terminó de cortarlo, fue depositando los trozos de carne en bolsas de supermercado, incluyendo la cabeza. Aún no tenía claro cómo iba deshacerse de ellos, pero intuía que de esta forma sería mucho más sencillo. No los iba a enterrar: No tenía pala, no tenía cal como había visto que se usaba en las películas. Ni siquiera, tenía un patio seguro donde trabajar sin que las miradas morbosas, copuchentas y ahora incluso mortales, de los vecinos lo dejaran en paz.
Su compañera de cama, sus olores, sus propios fluidos y el amor que le diera hasta hace unas horas, estaban ahora repartidos en trece bolsas blancas con letras azules. Las dejó de dos en dos en la cocina, y luego se dedicó a limpiar el piso del patio y del pasillo que daba a la cocina para borrar la presencia de litros de sangre coagulada y para espantar a las moscas que ya iniciaban su epiléptico festín.
Se metió a la ducha con ropa y todo. El agua tibia lo calmaba y despega las costras pegajosas de su cuerpo. Cerró la llave, se sacó la ropa mojada y fue a su cuarto. Se volvió a vestir con ropa seca.
De pronto, sintió ruidos en la puerta exterior de la casa y sintió que caía a un agujero profundo y oscuro. Le sobrevino un calor húmedo, y las piernas le flaquearon. Es el fin, ya todo está perdido, que bueno que es así, llévenme a la cárcel, mátenme, lo merezco. Pero de inmediato, sin que esos pensamientos llegaran siquiera a ser percibidos por su entendimiento, surgieron otros aún más urgentes y primitivos.
Mientras escuchaba que los pasos se acercaban a la puerta de entrada, corrió desesperadamente acarreando las bolsas hasta su dormitorio, para esconderlas en su armario: Dos, cuatro, seis, ocho… Una llave es introducida en la puerta. Diez.
- ¿Estás en casa, hijo?
Doce, no hay tiempo para más.
- Que bueno que estás acá, porque tengo que contarte algo. Pero, qué te pasa mi amor, ¿estás enfermo? Estas muy pálido.
- No, no me pasa nada mamá.
- ¿Está seguro, mi lindo?. Mira que tienes una pinta desastrosa, peor que si hubieses visto a un muerto.
- Estoy bien, mamá. Ya le dije.
Ella se dirige a la cocina, y él sólo piensa en el fin, en lo difícil que será aceptar el desprecio del mundo, el desprecio de su familia, el desprecio de su madre, el desprecio y el asco propio. Ese ya no lo abandona.
La decimotercera bolsa está en la mesa de la cocina, acusándolo, gritando y gimiendo. Ella la ve, se acerca, la toma, observa su contenido, lo huele.
- ¿Qué es esto, Ernesto?
Sólo silencio.
- Esto no es carne de vacuno, ni de bovino. ¡Dime, qué es Ernesto!
Su cuerpo es un tiritar, una gelatina, un estropajo, una culpa, un cuerpo sin voz ni alma. Si ella lo viera, podría leer todo lo ocurrido en sus ojos.
- No me digas que es carne de alpaco, esa que prometiste que ibas a traer de tu viaje al campo a ver al loco de Agustín… Ernesto, ¡te estoy hablando!
- Si, mamá. Eso es. Carne de alpaco. La traje de la parcela del tío, anoche.
- Qué bueno, porque en esta casa estamos cada día peor, no hay para cocinar. Tu papá cada día más inconsciente. Prepara una ensalada, mientras yo hago algo con esta carne.
Silencio
- Si, mamá.
Ahora hay que lavar la lechuga, pelar y picar el tomate. Ahora hay que ponerle aceite de oliva y sal. Ahora hay que poner la mesa. Ahora hay que callar y comer. Eso ahora, después vendrá lo demás…

domingo, septiembre 03, 2006

Sweet Dreams...

Mirar el futuro es herida, apostar todo al número perdedor,
enfrentar al rey y su séquito con dos alfiles y un lápiz.

La música que entra a la sala en estos momentos me da frío, me sumerge en abismos recónditos de mis deseos infantiles. Como subrayar las palabras que me recuerdan a ti en los periódicos. Por eso me callo. Y espero a que todo esté en silencio nuevamente.

Abro la puerta y salgo a una calle húmeda, resbalosa como piel de anguila, oscura como agua estancada. Me deslizo entumecido, sintiendo como cada vello de mis piernas se eriza y empuja mis jeans. No sé a donde ir. Camino un rato dando vueltas hasta que me decido. Llego a una esquina y me sumerjo en la luz roja del semáforo, todo se hace un poco más cálido. No hay nadie en la calle, ni un solo ruido, ni un solo auto en cientos de metros a la redonda. Pero yo espero… La luz roja y yo, sólo los dos.

Tengo hambre, me da rabia, me da pena… Sigo caminando hasta llegar a tu casa, a la que solía ser mi casa, a la que si yo quisiera seguiría siendo MI casa. Me detengo y observo. Sí, son los mismos fierros que cerraron las ventanas a la corrupción exterior para proteger mis sueños infantiles, para mantenerme a salvo de mí mismo 15 años después.

Intentos vanos, que no evitan que de media vuelta una vez más y me marche.

domingo, junio 25, 2006

La verdad de las mentiras


‘Yo siempre digo la verdad, aún cuando mienta’.

Joe Montana. Cara cortada.

Sin muerte, amor.

Te miro otra vez. Ya no tengo miedo. Tú ya no me das miedo. Sus manos recorren tu cuerpo, te acarician frenéticamente, te rasgan la ropa y el deseo. Acarician tus pechos que aparecen blancos como luna nueva… Mi mano recorre una vez más mi revólver, que ahora no es más que un estorbo en el pantalón...

Creo que sabe que estoy aquí, esperando. Y tal vez tiene razón, debiese estar ahogándome en la mierda, desesperarme, reaccionar, hacer lo que vine a hacer cuando me colgó por última vez el teléfono. Pero sucede que estoy aquí parado, y ya no tengo miedo de perderla, ya no temo nada. Solamente respiro el mismo aire que ella, el mismo aire que respira él.

El olor a sexo que recorre la habitación, el viejo sillón que compramos a un anciano que ya no lo usaría por mucho tiempo más, la alfombra que te regaló tu madre, tu ropa y la mía y la de él. Todo es como un baile de tragedia.

Sólo que es una tragedia coja, que se suspende. Una tragedia que se aborta porque yo ya no te temo, y sólo soy capaz de observar… Observo como te penetra, una y otra vez, como posee tu cuerpo que alguna vez pensé que me tendría como último dueño, que era una extensión del mío, y que ahora siento tan extraño en las manos de otro hombre.

Qué es lo que pasa me preguntan los dedos alrededor del gatillo, cuándo dispararemos. Y yo me quedo en blanco, sin saber qué contestar. Sin poder explicar que ya no hay que matar a nadie, que ya no hay ningún motivo, que ya nada de lo que sentía dos minutos atrás tiene una real justificación. Pero eso es fácil, es más difícil entenderlo que explicarlo.

domingo, junio 18, 2006

8 meses después...


Acabo de ver una película. Se llama 28 días después. Interesante, aunque nada descollante. Se trata de un virus que infecta a todo un país (Gran Bretaña), luego de que en un laboratorio de pruebas unos brillantes ecologistas dejaran escapar a unos monos que lo portaban. El virus convierte a los huéspedes en zombies rabiosos y asesinos.

Un tipo despierta luego de 28 días de estar en coma en el hospital público, y encuentra a toda la ciudad desierta. Calles vacías, humeantes, con sombras que se pasean y se esconden en las esquinas, como salidas de una rara ensoñación. Luego, se da cuenta que todo el mundo ha sido evacuado y que sólo se va a encontrar con zombies. Para su alivio, es rescatado por algunos humanos que aún no han sido infectados. Juntos, el chico, un hombre mayor y dos chicas deciden seguir las instrucciones de la única señal de radio que sigue en el aire, que les promete la única cura contra la enfermedad.

Cuando llegan a Manchester, el lugar desde donde proviene la señal, se encuentran con un grupo de bien guarecidos y pertrechados militares. Sin embargo, no existe la cura prometida. El desquiciado comandante a cargo del grupo sólo pretendía captar algunos sobrevivientes con su carnada magnética. Más bien, "algunas" sobrevivientes, pues pretende recomenzar desde cero la civilización, y para ello es indispensable contar con vientres bien dispuestos... Logrará concretar sus planes, muajajaja. No les contaré el final, pero en los comments si quieren podemos discutirlo luego de que la hayan visto.

Por ahora, me hago algunas interrogantes. ¿Es este un escenario probable en una eventual guerra química, o biológica?. ¿Podrían ser países enteros puestos en cuarentena, mientras sus habitantes mueren dolorosa y cruelmente? Por otro lado, ¿Cómo es que todo el tiempo los únicos sobrevivientes a los cataclismos son las cucarachas y los militares? ¿Qué es lo que tienen en común?

lunes, octubre 24, 2005

Cuando el gris es gris.


Los rayos de las ruedas de la bicicleta cortan el aire tibio del mediodía y lo reparten, lo expulsan y lo hacen chocar con autos, postes y arbustos.

De pronto, la luz se torna gris como mi piel. Mientras yo sigo avanzando por calles y pasajes vacíos, sin ruidos ni vecinos. Todo es borroso, pixelado.

Hasta que aparecen las palomas, allá lejos en la esquina. Las persigo, pues me carga que destruyan la privacidad que me brindan mis calles vacías, sin ruidos, ni vecinos.

Las miro con rabia. Les grito que se vayan a hueviar a otro lado, a las muy hijas de puta. Mis muslos se aprietan y presionan los pedales con furia. Todo gira cada vez más rápido. Lento al principio, veloz y venoso luego.

Dan vueltas las ruedas, las casas, los vecinos.

Las palomas escapan, pues ven mi mala intención. Me arrojan un desprecio y se elevan lo suficiente como para que mi bicicleta no las aplaste ni a ellas ni a sus pulgas.

Pero hay una paloma que no escapa.

Ahí, en medio de la calle. Sus ojos rojos se dirigen hacia mí, desafiantes, entregados. Su cuerpo esmirriado, casi sin plumas, no se mueve. Me espera.

Avanzo sobre ella. La aplasto contra el alquitrán duro, reseco. Una rueda primero, luego la otra. Sus huesos se trituran, sus músculos se desgarran, y su sangre salpica el paviemento y la bicicleta, como un sol que al explotar lanza sus últimas flamas al universo.

Doy la vuelta, y regreso. La observo y lloro como un pendejo... Pienso que esa paloma soy yo.

lunes, octubre 03, 2005

Debes crecer un poco


Ya está. Soy un imbécil oficialmente, un imbécil que tiene que crecer un poco… Pero analicemos un momento: Si ya soy imbécil, para qué tengo que crecer más. ¿Para ser un GRAN imbécil? No encuentro, por más que hurgueteo en mis bolsillos raídos por la codicia, una sola petición más absolutamente detestable que la de "crecer un poco".
Qué mierda saben los demás acerca de eso, qué mierda saben si es que ESO es justamente una meta para mi. Crecer… Crecer no me ayuda a CREER en mí. Qué mierda saben los demás si es que acaso ya lo intenté, y sencillamente no pude, que me la ganó, que no entendí porque soy imbécil, que renuncié y preferí quedarme aquí sentado en una nube de smog…

sábado, septiembre 24, 2005

Puré con Coca Cola

Para colmo, incluso ahora tú me abandonas.
Sin mundo es inmundo vivir.
Sería mejor borrar esto, pero tampoco quiero.
Adiós. Un rasgueo de guitarra,
romántica,
patético.

Y si me quedo acá para siempre ¿Sería tan malo?
Malo, malísimo, romántico.
Sin verdades mentirosas que me mantienen vivo pensando en ella.
Pero es Ella. No es Fernanda,
Alejandra,
Jimena.

Es Ella. Que se repite, pero que ahora no puedo encontrar.
Si no estuviese acá escribiendo probablemente estaría con ella.
Pero incluso ahora tú me abandonas.
¿Qué pasa? ¿Es un castigo? Yo no creo en eso.
Siluetas miserables. Sus sombras me corroen, me enputecen, me revientan.
Me botan y me levantan. Y me dan esperanza…
Es una maldita droga que no he de probar.

Puré con Coca Cola. Me aleja de Ella.
Hubiese preferido no venir. No estar aquí a esta hora.
Sólo faltan los pájaros y ya (todo) habrá terminado.
¿No son odiosos? Transmisión en cadena de 80 años.
Inevitables, marciales, secos, musicales.

Si los aplasto no es delito. Eso dijo el comandante.
A él le gusta bañarse con su sangre cada noche.
Le trae sueños lindos.
Yo lo envidio, porque no descanso.
Sólo la persigo, la sigo, y la maldigo.

¡Mendigo!, me dijo cuando se fue. Bebe y te crucificaré.
No quedó una sola gota. Fue como la sangre del Comandante.
El paso indicado antes de lidiar con la belleza.
Ahí se me apagó el día con rincones sotáneos.

jueves, septiembre 01, 2005

Enfermedad+Ernesto Lobos+Jorge Tellier=La pieza enferma

Hoy fue un día lento, como casi todos durante los últimos meses. El frío insiste en congelarme las manos y recluirlas en los bolsillos o dentro de mis guantes, pero no se dejan y empiezan a teclear...
Bueno, quiero comentarles un poema que encontré hace unos días en un suplemento literario en la prensa nacional. Se trata de Un Hombre solo en una casa sola de Jorge Tellier. Me agarró de las tripas y casi me pongo a llorar. Es casi una balada cebolla de la meloncolía refinada, pero bañada en sangre. Aquí les va:

Un hombre solo en una casa sola
No tiene deseos de encender el fuego
No tiene deseos de dormir o estar despierto
Un hombre solo en una casa enferma

No tiene deseos de encender el fuego
Y no quiere oir más la palabra futuro
El vaso de vino se ha marchitado como un
magnolio
Y a él no le importa estar dormido o despierto

La escarcha ha empañado las ventanas
Pero a él sólo le importa mirar la apagada
chimenea
Sólo le gustaría tener una copa que le contara
una vieja historia
A ese hombre en una casa sola


Una historia como las que oía en su casa natal
Historias que no recuerda como no recuerda que
aún está vivo
Ve sólo una copa vacía y una magnolia marchita
Un hombre sólo en una casa enferma


... Hermoso, crudo, sin pedir permiso me voló los sesos. Encontrar pedazos de vida en páginas perdidas no es fácil. Me parece que nunca seré capaz de escribir algo como eso, y me pongo mal, envidio al tipo que capturó el dolor y lo empalabró como en una jaula de tinta, que capturó algo de su esencia, rasguñándolo... A este poeta le rindo un minúsculo homenaje póstumo con el nombre de mi blog: La pieza enferma. Muchas gracias TELLIER.

domingo, agosto 28, 2005

Editorial

Saludos a todos quienes lean estas líneas. Me presento: Mi nombre es Ernesto Lobos y soy algo así como un huérfano literario en busca de padres y dioses. Si se quedan a observar este experimento de reality show, espero que puedan ver cómo mis deseos de escribir empiezan a fructificar... No la verdad es que no aspiro a tanto en esta página, pero si deseo encontrar a gente que disfrute tanto como yo con la literatura, porque a veces me siento demasiado sólo en este camino que espero recorrer hasta el final.
Más que hablar sobre lo que van a encontrar en este lugar, espero que tengan deseos de descubrirlo y además que les den ganas de seguir leyendo, como si fuera una novela.
Ernesto Lobos